sábado, 22 de abril de 2017

El florido siglo XVII en la pintura.


A partir del siglo XVII y al darse aquella subvención económica a partir de la contratación de artistas,[4] es posible observar una producción mayormente profusa pero también - y hablando de la pintura- una especialización en los contenidos y las representaciones. Es en este punto en que resulta menester hablar de los simbolismos y los emblemas que contiene en si misma la obra de arte y que propios del estilo barroco, buscaron impactar en sus espectadores, atendiendo a que “doctrina y plasticidad se conjugaban con fines claramente didácticos, de hecho, esta intrincada relación entre figura y lenguaje condujo a las artes plásticas hacia la dirección meramente estética”[5]. Entonces pictóricamente fue insuficiente el plasmar las escenas bíblicas –hablando en la tónica religiosa- en su sentido de enseñanza; sino que la plástica se enriqueció de la emblemática. Atendiendo a que “un emblema surge de la reunión expresa de la imagen visual con la imagen no verbal del pensamiento”, la producción pictórica comenzó a contener progresivamente una iconografía propiamente novohispana, una serie de elementos de los meritos y virtudes marianas y las representaciones de los actos místicos de la contemplación, la confesión y las practicas piadosas. Ilustrando lo dicho, muy probablemente la fuente de la carga interpretativa y la alegoría iconográfica pueda observarse primeramente en los grabados del momento, sin embargo, a falta de imágenes digitalizadas disponibles de los susodichos, se hace menester exponer al lector únicamente la pintura, la cual presentó algunas figuras dramáticamente trazadas como modelos morales y del sentimiento fervoroso, tal como la obra de Juan Correa, La conversión de María Magdalena (Figura I), destacando el pecado, recogimiento y conversión como temas generales, pero que en si misma contiene una serie de metáforas en los objetos plasmados, tal el caso del espejo y de las perlas junto a la sumamente expresiva Magdalena, así como en la figuración de las vanitas al fondo, símbolos de la vida terrenal y efímera.   


 Fig. I. Juan Correa, La conversión de María Magdalena, 1689, óleo sobre lienzo, 166 x 107 cm, Museo Nacional de Arte. Imagen tomada de: http://mundodelmuseo.com/ficha.php?id=355

Sosteniendo que en la Nueva España los valores impactantes y ricamente expresivos encontraron campo fecundo en la pintura del siglo XVII, no debe olvidarse que en España es posible encontrar igualmente antecesores de aquella tónica. Tal es el caso de las obras de Francisco de Zurbarán, cuya mayor fuerza visual y contenido en mensaje se antoja, a gusto de los escritores, en San Jerónimo flagelado por los ángeles (Figura II)  y San Francisco arrodillado (Figura III), siendo capaz de lograr una composición referente a la mística a través de la exposición de momentos escogidos de la vida de los santos, haciéndose notar cierto “recrudecimiento” referente a la expresividad en la estilística pictórica entre una obra y otra, lográndose al utilizar el claroscuro en la última.


 Fig. II. Francisco de Zurbarán, San Francisco arrodillado, 1658, óleo sobre lienzo, 84 x 53 cm, Alte Pinakothek Munich. Imagen tomada de: https://es.wikipedia.org/wiki/Francisco_de_Zurbar%C3%A1n#/media/File:Francisco_de_Zurbar%C3%A1n_057.jpg  




Fig. III. Francisco de Zurbarán, San Jerónimo flagelado por los ángeles, 1639, óleo sobre lienzo, 235 x 290 cm, Claustro de los Jerónimos, España. Imagen tomada de:

Siendo de importancia la imprenta emblemática y la carga del lenguaje de las pinturas, puede ser igualmente apreciable en las pinturas de monjas coronadas, donde aquellas mujeres eran retratadas portando coronas en el acto de ingreso al convento o luego de su fallecimiento, lo cual a nivel simbólico consistía en lo siguiente: a nivel social “contar con el retrato de una hija vestida con los atuendos de monja coronada era muy bien visto (…) porque es muestra de su buena fortuna”[6] y, por otro lado, “una monja se coronaba (…) para llegar victoriosa con Jesucristo, su esposo místico”.[7] Dentro de este marco de interpretaciones, surge un tercer aspecto desde el presente en que el espectador puede hacer una lectura explicativa de aquellas pinturas; al observar sus vestimentas se puede deducir a que orden religiosa pertenecían, lo mismo que sus escudos, conteniendo ellos mismos la representación del santo al que dedicaron sus espíritus durante su estancia en el claustro.




Hasta aquí, se ha optado por terminar la exposición de este escrito, el cual tuvo como objetivo vislumbrar fugazmente el panorama titulado El florido siglo XVII en la pintura, destacando aspectos que se hacen menester según los escritores acerca de ello y que terminaron por formar parte de lo aprendido durante esta área temática. Así consideramos pertinente hacer última mención del hilo explicativo acerca de la profusión de las obras simbólicas y emblemáticas en este siglo, en cuanto a la profundidad y riqueza en la interpretación que puede hacerse a través de la lectura critica de ellas; y del increíble acervo que hemos legado a partir de la subvención de las dinastías y la Iglesia en las obras artísticas.  




[1] Carlos Astorga Vega “Espacios privados. Vida cotidiana, retratos de monjas coronadas y arquitectura en el Real Convento de la Concepción de la Ciudad de México” en Juan Luis Rodríguez Parga, et.al., Vida cotidiana y espacios públicos y privados en la capital del virreinato de la Nueva España, México, UNAM/Fes Acatlán, 2008, p. 53-54
[2] En el caso de la pintura las familias adineradas podían si bien dar el pago por la realización de una obra plástica, bien podían también ser las creadoras de las mismas, formando una estirpe de artistas. Un ejemplo de ello son el linaje de los Juárez y de los Echave en el caso de la pintura.  
[3] Carlos Astorga Vega, Op. cit., p. 54
[4] Resulta menester aclarar que antes del siglo XVII la contratación de artistas en España es un fenómeno que puede comprobarse, sin embargo hablando del territorio de la Nueva España la contratación a partir del siglo mencionado comienza a tomar mayor importancia debido a aquel afianzamiento de la Iglesia y de las familias que llegaron en diversos momentos desde ultramar, así como del mismo afianzamiento del gobierno español y de la pacificación y conversión de los indios. En, Dr. Francisco Montes González, “Mecenazgo virreinal y patrocinio artístico. El ducado de Alburquerque en la Nueva España”, conferencia impartida en Instituto de Investigaciones Estéticas, UNAM, 06 de diciembre del 2016.
[5] José Pascual Buxò, “El resplandor intelectual de las imágenes: jeroglífica y emblemática” en Juegos de Ingenio y Agudeza. La Pintura emblemática en la Nueva España, México, MUNAL/CONACULTA, 1994, p. 13.
[6] Carlos Astorga Vega, Op. cit., p. 63
[7] Idem. 

La difusión del arte novohispano en la Iglesia de San Felipe Neri en la Ciudad de México.

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